Es posible la liberación y la renovación,
así como la esclavitud y la muerte existencial.
Ronald Laing
Este fenómeno encuentra sus raíces dentro de la historia ligado a grandes guerras y conquistas de territorios, incluyendo todo lo que se encontrara dentro, como personas. Siendo explotadas social, física, económica y laboralmente. El presente no se encuentra muy lejos del pasado y son diversos los factores que la originan, siendo los más propensos a ser victimas: mujeres, adolescentes, niños y niñas, sin pretender olvidar a indígenas y migrantes indocumentados. Debido a su espíritu débil, edad, situación de pobreza, la ignorancia, el analfabetismo, la falta de alternativas laborales y económicas, haber sido víctimas de abuso sexual o físico, disoluciones familiares, falta de vivienda u hogar, discriminación e incluso el abuso o adicción algún tipo de drogas, los hacen magníficos candidatos a ser víctimas de redes delictivas reduciéndolos a simples mercancías, cosas y objetos; deshumanizando totalmente a estos seres humanos.
El cuerpo es la mercancía a ser explotada cuya actividad contiene el valor económico, el negocio rentable. La mercancía humana, derivada de la producción social, se comercializará a través de diversas fases, canales y niveles en el mercado donde la demanda consumirá a gran velocidad la vida que fluye en el cuerpo humano. Más rápido se acabará con la persona cuanto más implacables y antihumanas sean sus condiciones de sometimiento, hecha de privaciones y dolor; desprovista de toda seguridad, se convierte en la maravilla que enriquece a estas redes delictivas. Sumergiéndolas a un grupo social del cual difícilmente podrá escabullirse, pues se ha vinculado a un submundo social que se caracteriza por la imposibilidad de tener un hogar, una familia, un empleo estable; una vida digna.
En México, las víctimas son llevadas a diversos sectores económicos: maquila, agricultura, construcción, servidumbre doméstica, prostitución, pornografía y turismo sexual. Algunos de estos sectores han permanecido durante la historia y otros aparecieron con la modernidad como la maquila. El surgimiento de nuevas tecnologías de información –como el internet- disparó aun más la pornografía y el turismo sexual. Los explotadores encontraron en las víctimas un gran negocio: poca inversión y enormes ganancias; nuestro país se encuentra catalogado como fuente proveedora de materia prima (seres humanos), tránsito y destino.
Pero aún los explotadores, sí, los -responsables- comparten cosas en común con las víctimas (falta de alternativas laborales y económicas, disoluciones familiares, abuso algún tipo de drogas, situación de pobreza…) sumándoles el ser esclavos de sus propias ambiciones orillándolos a formar redes delictivas; sin afán de justificarlos.
Estas redes delictivas, no se tejen solas. Hay una gran organización detrás de ellas desde la captación de víctimas, traslado, ocultamiento, explotación e incluso la muerte. Es precisamente en el traslado, ocultamiento y la muerte de victimas donde intervienen los servidores públicos brindando protección a los explotadores. Sale a relucir desde las profundidades de este problema, la corrupción: otro factor de vulnerabilidad que propicia la Trata de Personas en nuestro país. Entonces, ¿qué hacer para combatir y reducir este fenómeno? No pongo sobre la mesa, acabar o desaparecer con esta actividad por completo, ya que sería plantear algo utópico e irreal. Debido a que la Trata de Personas encuentra sus raíces no con la aparición del hombre, pero sí cuando este empezó a reproducir mucha mano de obra y esta a su vez excedentes económicos naciendo así el comercio, la propiedad privada y la moneda trayendo consigo otros vicios como corrupción, pobreza, ignorancia, analfabetismo, problemas económicos, sociales y laborales. Bien decía Nelson Mandela: ‘’Después de escalar una gran colina, uno se encuentra sólo con que hay muchas colinas que escalar’’. Erradicar la Trata de Personas sería también terminar con estos vicios, que existen desde hace mucho tiempo. Sin embargo, la necesidad de enfrentar y combatir la Trata de Seres Humanos para disminuir la flagrante violación a los Derechos Humanos es una tarea de vital importancia.
Es preciso darle importancia a la concientización de la sociedad para asumir el deber de nuestra responsabilidad tanto que somos seres humanos y, sensibilizarnos para tratarnos como tal: Humanos. Para no olvidar que todos estamos propensos a ser víctimas y podemos comenzar de nuevo a vernos como personas, ayudándonos mutuamente, denunciando (-aunque- pensemos que no sirve de nada). Y políticamente debe empezar a agendarse como un asunto de interés público. Si continuamos con nuestra conducta y política orientada a confundir al Ser como una cosa, entonces lo que esta en profunda crisis no son las cosas ante las cosas, sino el hombre cosificado a cosa. Si el hombre es tratado social y políticamente como una cosa, en tal condición difícilmente puede hacerse una ética o una filosofía superiores a las cosas, cayendo en la trampa de vuelta a las cavernas que conduce a las sociedades modernas a formas antiguas de injusticia.
Son la educación y la cultura nuestras armas más poderosas que podemos usar para combatir este fenómeno. Darle visibilidad al problema en conjunto con todos sus vicios es crear una campaña completa que inicie con la humanización de nosotros. Sí, los mismos seres humanos, entes que vivimos indiferentes de nosotros mismos, de las circunstancias y de los demás: Ignorándonos, agrediendo y devorándonos. Iniciar con esto no es la colina sino la enorme montaña a escalar. Ir a la montaña y empezar a escalarla poco a poco lleva su tiempo; con paciencia, tolerancia y capacidad se llega a la cima. Y ahí se encuentra precisamente -la sensibilidad- de la sociedad, el momento de plantar y fomentar la cultura de la denuncia. Dar a conocer cómo, dónde y quiénes son las víctimas; además de plantear políticas públicas que aborden parte por parte esta problemática, es la piedra angular.
Las instituciones involucradas para atacar la Trata de Personas son de gran utilidad para el intercambio y estudio de información para las campañas contra esta actividad ilícita. Debido a que este fenómeno social no teje únicamente sus redes en nuestro país, sino que involucra a otras naciones, es necesario, crear políticas públicas nacionales e internacionales. Trabajar en estrecha colaboración con todos los involucrados a favor de la defensa de las víctimas consolida la cooperación internacional. Fortalecer la legislación que ya existe es fundamental, permitir una mayor colaboración (sin trabas) entre países, crea una firmeza para avanzar en la persecución de los tratantes, brindar ayuda a las víctimas y prevenir la misma. Capacitar y -sensibilizar- a las instituciones públicas y privadas así como también a la sociedad civil –en cómo opera, cómo se puede prevenir, identificar, asistir a la víctima y crear lineamientos- resulta de crucial importancia. Un punto clave es la asistencia. No basta con rescatarlas de esa esclavitud, ya que debido a la situación tormentosa vivida se crea un trauma psicológico y/o emocional en la persona. La asistencia inmediata con medidas de protección, ya sea de instituciones públicas, privadas, organizaciones civiles, albergues o consulados es uno de los mayores retos para reintegrarlas socialmente sin importar la nacionalidad. Será importante tomar acciones médicas, psicológicas, alojamiento, asistencia legal, comida y con mayor énfasis en la reintegración social, incluyendo posibilidades temporales o definitivas de residencia en el lugar de afectación. En el caso de ayuda temporal brindar facilidades para retornar a su lugar de origen sin dejar de recibir protección. Para la residencia se necesitará un lugar de asistencia para estabilizar a la víctima y facilitar su recuperación para enfrentar el trauma de abuso y explotación. En el caso de victimas menores de edad, para quienes el impacto psicológico es mucho mayor, se requiere una soberbia observación y ayuda.
Falta mucho por trabajar en contra de la Trata de Personas, lamentablemente este fenómeno conlleva otros vicios muy arraigos en nosotros, eso no significa que no podamos enfrentar este fenómeno para impedir que aumente como sucede hoy en día. El ambiente de violencia que vivimos -no solo en México- sino en el mundo y la rapidez con la que caminamos sin detenernos, entre tantas personas, no nos permite analizar y ver un momento, hacia atrás o a los lados, para entender qué está sucediendo entre nosotros. Si continuamos con esta actitud de indiferencia llegaremos de vuelta a las cavernas, donde el lenguaje deja de ser necesario.